El niño que no quiso pintar un conejo: estimular la creatividad a partir de actividades abiertas

"Sin curiosidad no hay atención ni conocimiento". Francisco Mora

Solemos realizar actividades cerradas. Actividades en las que hay un resultado final al que debemos llegar, construir o realizar. Es lo que solemos ofrecer a los niños y niñas, y muchas veces, equivocadamente, se lo ofrecemos como una actividad creativa.

¿Cuál es nuestra intención al preparar un espacio para que los niños realicen una actividad? No podemos pretender estimular el pensamiento creativo y crítico desde actividades que no alimentan la curiosidad.



En uno de los campamentos urbanos en los que participé, con niños y niñas de 3 a 5 años, se les ofreció una hoja a cada uno con la silueta de un conejo y un cubo de colores. La monitora no dio ninguna indicación y no pareció necesaria ya que todos los niños entendieron lo que tenían que hacer: pintar el conejo.

Las actividades cerradas no ofrecen un entorno realmente adecuado para los niños y niñas, en primer lugar porque limitan su creatividad y la homogeneizan. 
Todos pintaban un conejo, todos pintaban el mismo conejo. En serie. Ningún niño o niña hizo ninguna pregunta, ni frunció el ceño tomando decisiones. Y, en segundo lugar, porque de esa manera, no les ofrecen libertad para conocer y respetar sus propios ritmos.
Hubo niños que cogieron un sólo color y rellenaron rápidamente el conejo. Otros empezaron por los detalles como los ojos y la cola, con varios colores en la mano, como mostrando a los demás que tenían un plan preparado para el conejo

Por el contrario, las actividades abiertas son actividades en las que se ofrecen unos materiales y unas indicaciones, sin marcar el objetivo o resultado a conseguir, con la intención de que sean los niños y niñas los que exploren y manipulen los materiales a sus propias maneras a través de su imaginación. En una actividad abierta no hay unas únicas instrucciones que debemos seguir en un único orden para llegar a conseguir un resultado determinado. Hay una propuesta a través de materiales o técnicas, hay una invitación, no una guía de instrucciones, ni un único modelo a seguir o desarrollar.

Las actividades abiertas estimulan el pensamiento crítico y creativo, y nos hacen aprender a través de la experimentación en base a un proceso. El aprendizaje no se encuentra en el resultado o en la memorización de las instrucciones para llegar a ese resultado particular, sino en el proceso de experimentación y creación.  

Uno de los niños, uno de los más pequeños, giró la hoja por el lado en blanco, y comenzó a dibujar círculos de muchos colores. La monitora, al verle, le giró la hoja explicándole: "tienes que pintar el conejo". 

"El verdadero motor de la creatividad es el afán por el descubrimiento y la pasión por el trabajo en sí". Sir Ken Robinson


El niño pintó el conejo lo más rápido que pudo, y volvió a girar la hoja, para seguir dibujando en el espacio vacío, abierto. 

Cuando nos hacemos preguntas, y podemos observar algo desde varias perspectivas diferentes, estamos estimulando nuestra curiosidad innata, y nuestro cerebro comienza a buscar herramientas para resolver la situación, buscando alternativas y tomando decisiones. En una actividad abierta, al no haber un resultado único, tampoco hay una idea preconcebida del resultado, ni un juicio del mismo.


Las actividades cerradas son contrarias a la espontaneidad propia de los niños y niñas, y les impiden desarrollar sus propias ideas. Además pretenden no sólo que todos los niños realicen el mismo tipo de actividad, sino que sea a la vez y terminen al mismo tiempo. 

Por supuesto unos niños y niñas terminaron el conejo mucho antes que otros, y tuvieron que esperar, quietos y sentados. 


Permanecer en los esterotipos de rigidez impide estimular la creatividad y el desarrollo de ideas nuevas y diferentes, perpetuando precisamente más estereotipos y prejuicios.


Las actividades abiertas, al centrarse en el proceso, ponen la importancia en disfrutar la actividad y no en seguir las instrucciones para conseguir un resultado concreto, respetando en ese proceso los gustos, ideas y ritmos de los niños y niñas.

Al dar a los niños y niñas un resultado ya preconcebido (como la silueta del conejo) o al transmitirles la idea del resultado final de la actividad, condicionamos todo el proceso creativo y lo limitamos. En cambio,  a través de una actividad abierta, estimulamos la creatividad dejando libertad de decisión y acción. 

Los niños y niñas aprenden a respetar el trabajo de los demás al compartirlo, y en las actividades abiertas se les ofrece la posibilidad de que cada uno de ellos obtenga un resultado único y original, desviándonos de la producción homogénea de trabajos.


Las actividades abiertas implican confianza, y "cuando los niños se dan cuenta de que confías en ellos, ocurren cosas inesperadas y el aprendizaje fluye". Raúl Bermejo